Re:Zero — «Padres e hijos», de matices y profundización

Re:Zero anime crítica

Cada temporada trato de comentar, a modo de primeras impresiones, tres o cuatro estrenos que me llamen la atención y crea que puedo seguir o, como poco, empezar sin forzarme a nada. A lo que Re:ZERO -Starting Life in Another World- no iba a ser la excepción. O esa era la intención.
Mi mala memoria (traducido en no recordar a detalle los acontecimientos previos, cosa importante para una continuación que reanuda sin introducciones a partir de los hechos anteriores) y falta de tiempo me jugaron algunas malas pasadas. Sin embargo, el capítulo cuarto titulado «Padres e hijos» no me dejó indiferente.

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Nunca he sentido una conexión muy íntima con la serie o con su protagonista, a quien me referiré mayormente como Subaru. En su primera temporada la adaptación de White Fox me resultaba un Trending Topic muy divertido de seguir; los altibajos del autoproclamado caballero de Emilia estaban en boca de todos, excusaban comentar semana a semana lo que le pasaría a un señor al que entre poco y nada le faltaba para tirarse por el primer acantilado que viese —cosa que, para más gracia, literalmente hace—.

Sin empatizar, sin conectar, sin sentir que estaba viendo algo que me tocase la patata, pasaba un buen rato en compañía de mis círculos cercanos y otros foreros más alejados. Eso en 2016.
Hoy día, y con su segunda temporada emitiéndose en la temporada de verano de 2020, no sé qué será Re:Zero para mí. No la he pillado con el mismo gusto que, en sus buenos momentos, me instó a revisionarla incluso antes de acabar. Pero si algo tengo claro es que «Padres e hijos» añade unos matices con los que no contaba con anterioridad. Si el episodio tercero ya me dejaba con la curiosidad más que picada, el cuarto centra el interés en un Subaru Natsuki que, hasta entonces, no era más que esa montaña rusa sumamente espaciosa, vacía pero adictiva, en la que montarme semana a semana a sabiendas de lo que puedo esperar y podía pasar.

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La tónica general en el anime de televisión es la de que el director se encargue personalmente del primer y último episodio de cara a establecer el estilo a seguir y marcar unas pautas para el resto de storyboarders, y es que los ciclos de producción de la inmensa mayoría de series impiden que el máximo responsable, de por sí ocupado y obligado a relegar en otros tantos directores de episodio, se inmiscuya más de lo que ya hace. Pero aún con esas, Watanabe denota cierto gusto por involucrarse más personalmente con ciertos capítulos y así gozar de un mayor control de cara a esparcir su impronta sobre el producto final. Algo que no parece haber cambiado en estos cuatro años.

El equipo que en su momento le acompañó —Yoshito Mikamo, Yoshiko Nakamura— para la elaboración del séptimo episodio vuelve a repetir en este cuarto. A «Padres e hijos», como en su momento con «El reinicio de Subaru Natsuki», se le concede un relieve especial. Ya no solo por contar con un staff de primera cuya experiencia le avala y queda patente en el layout y storytelling, sino porque es un capítulo cargado de muchas cosas: un filtro granulado, publicidad de algunas novelas de la MF Bunko J..., pero sobre todo nuevas capas de significado.

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Natsuki Subaru no goza de ningún poder ni talento especial; es algo que inauguró su decepción a comienzos de la obra y abrió la bóveda del eterno debate en torno a la subversión. Pero más importante que todo ello es que su habilidad, la del regreso de la muerte, es una que le obliga a luchar. Al menos hasta cierto punto.

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En un mundo tan hostil uno esperaría contar con ciertas herramientas que resultasen de utilidad en batalla o, como poco, no entorpeciesen la vida tranquila en algún lugar perdido de Lugunica. Un lector de novelas ligeras, como el propio Subaru, esperaría de esta resurrección una oportunidad de alejarse de las molestias que en su vida anterior le importunaban y mantenían confinado. Y es que hasta hace poco la idea en torno al género, véase No Game No Life o Sword Art Online, era la de ser transportados a un universo en el que, de haber problemas, servirán para hacer de unos inadaptados dispuestos a escapar y olvidarse de todo los héroes del lugar.

Pero Re:Zero castiga. Sin terminar de alejarse de la premisa dada, arrastra a su protagonista fuera de la comodidad de sus cuatro paredes a un lugar, me repito, sumamente conflictivo, para el que el hedor a bruja que destila es uno de tantos motivos por los que llevar una vida feliz no está permitido, sobre todo cuando huir, en este caso morir, no es una opción; el destino que acecha es el de revivir unos acontecimientos cada vez más traumáticos, y con ello los matices que adquiere el regreso de la muerte son de superación.

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La comodidad no está presente desde el minuto 1, sino que es algo que se ha ido ganando progresivamente hasta llegar a un punto de su vida en el que, ahora sí, todo va de padres. De familia. De vida anterior. Habiéndose instalado en el nuevo mundo, uno que parece dispuesto a aceptarle pese a sus mil excentricidades y sospechas, toca viajar a las anécdotas de antaño, esas que en la serie no suelen mencionarse tanto pero que de un modo la mar de inesperado pasan a formar parte esencial de un puzzle aún en construcción.

Subaru necesita despedirse, pero también ver que ha progresado; que no es el mismo que fue dejado de lado.
Si algo me gusta de «Padres e hijos» es que Watanabe insiste mucho en su storyboard con la idea de sobrevivir a las expectativas, un problema de autoestima común a la mayoría que en este caso va más relacionado, como el propio nombre indica, con lo que se espera de un hijo nacido a imagen y semejanza de un padre que parece bordar todo lo que hace.

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Aunque el foreshadowing no ha estado muy presente en sucesos anteriores, son detalles tontos que pueden relacionarse con, mismamente, el discurso del capítulo 13: uno en el que Subaru reprocha a los caballeros la posición que obtienen por el mero hecho de ser los descendientes de según qué personas de renombre. Pero más importante que eso es la molestia, el desagrado que esboza la expresión de su cara al estar ante un cúmulo de personas que, con o sin familia de éxito, hacen del apellido de sus padres uno del que enorgullecerse y al que respetar. Porque si algo logra este cuarto capítulo, primeros compases de la continuación, es convertir esos pequeños deslices de la anterior en pequeñas espinas clavadas que confluyen y cobran sentido en esta nueva resurrección. Una que más que llevarle a un mundo mejor, como parecía ser la primera, nos devuelve (al menos en apariencia) a solucionar problemas no tan de primera línea de batalla, como cuando el ataque a la Ballena Blanca, sino de casa.

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El regreso de la muerte sigue siendo algo desconocido y con aspectos sin definir, pero a nivel temático se ha convertido en uno de los bastiones más atractivos de una obra que, al menos a corto plazo, deja el escapismo de lado. Porque no permite huir, sino que obliga a afrontar. Transmite el mensaje de que podemos mejorar, de que rodearnos de las personas correctas puede hacernos dar la mejor cara de nosotros mismos en lo que suponen el mejor de los alicientes por los que despertar dispuestos a luchar.

Así, vuelvo al inicio: no sé qué será Re:Zero para mí en esta nueva temporada, pero si algo ha conseguido pese a no entretenerme (todavía) tanto como la primera es permitirme conectar, emocionarme y empatizar con un personaje que, hasta entonces, percibía como un vehículo completamente vacuo a través del cual ver batallas y dramas que, ahora sí, no acapararán toda mi atención, porque si algo aporta «Padres e hijos» es una óptica más personal y en resonancia con lo que se nos quiere contar.

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