¿Quién obra peor, de manera más injusta, o con menos belleza? ¿La persona que comete malas acciones por ignorancia (o sea, no sabe que causa un perjuicio), o la persona que comete malas acciones con conocimiento de que está realizando mal?
Estoy seguro de que hoy día mucho tendrá que decir la psicología y neuropsicología a la hora de explicar por qué las personas cometen según qué conductas horrendas. No obstante, no viene mal re-visitar a aquellos pensadores griegos que ya reflexionaban sobre cuestiones parecidas.
En este caso, y para el Hipias Menor, Sócrates e Hipias revoloteando sobre la cuestión que se deduce de las premisas de la conversación: que, en efecto, una persona que obra mal por voluntad y capacidad propia es mejor que aquella que lo hace inocentemente. Hecho que resulta imposible de aceptar para ambos dialogantes (y posiblemente para el lector; no obstante se aprecia simultáneamente la lógica que alude a este resultado).
“Luego el que comete errores voluntariamente y hace cosas malas e injustas, Hipias, si este hombre existe, no puede ser otro que el hombre bueno”.
Como en otros tantos diálogos de Platón protagonizados por Sócrates, no hay una conclusión final que recompense por la lectura; la recompensa es la propia reflexión que el lector va haciendo conforme sigue el tren de pensamiento de los personajes implicados. El Hipias Menor resulta además un texto perfecto para esta labor de iniciación a la filosofía y a cuestiones que me resultan muy vigentes incluso a día de hoy, en tanto que sigue siendo un dilema la voluntariedad e involuntariedad que inequívocamente acompañan, en un caso u otro, a los actos malos (que no confundir con malvados, lo cual sería una concepción más restrictiva y ambigua de este texto) de nuestra sociedad.
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